Puede que mi
atrevimiento suscite dudas, pero cuando llegó aquel 14 de Febrero yo lo vi
claro. Estaba delante del espejo del baño. Los perdigones del cepillo de
dientes salpicaban la efigie de mi retrato, que se reflejaba en la abrupta
superficie del cristal. Había estrenado la camisa que mi madre me regaló por
navidad, y había echado los calzoncillos de la semana a lavar. Rebusqué en la
estantería del baño, encontré varios tubos de pasta de dientes caducados, y
cogí la colonia. Quizás abusé de ella, pero era una ocasión especial. La dejé
en su sitio con brío. Un bote se balanceó, y finalmente, se precipitó entre
mis pies. Miré el desodorante sin
agacharme, levanté el brazo e inspeccioné la salubridad de mi axila. También era
necesario.
Estaba plantado frente al espejo, mirándome de arriba
abajo intentado estar perfecto. Calcetines blancos, zapatos oscuros, vaqueros
rotos y camisa... ¡Está arrugada! Y es que verdaderamente no había caído. Me
desabroché rápido y la tiré sobre la cama. Desordené el armario, rescaté del
fondo la plancha y abrí, no sin dificultades, el tablero. No recordaba la
técnica exacta. La estiré y dejé colgando las mangas. La plancha ya humeaba y
decidí deslizarla sobre el tejido.
Mientras la estiraba
eché un vistazo rápido a mi cuarto. Vi unos calcetines que había usado en
Enero. Me abalancé sobre la cama y arreglé burdamente el edredón sobre
la bajera, con las gomas huidas del
filo del colchón. Empujé la ropa a la
lavadora, metí en el lavavajillas la cacerola con el socarrado en el fondo, le
pasé un papel mojado al cristal del baño, aspiré los rincones y escondí bajo
la alfombra las pelusas del suelo; metí
en el armario del salón los platos de la comida y oculté las zapatillas en el
trastero.
Ahora incluso me parecía que la velada podía acabar con
la última copa en mi casa, incluso olía a nuevo... Y a... ¡la plancha!, ¡la
plancha!, está conectada, ¡dios mío! Corrí por toda la casa y rápido atravesé
sus treinta metros cuadrados. Cerré los ojos por miedo y luego tiré del cable. El humo se
elevaba desde el centro y la espalda yacía carbonizada sobre el tablero. Lo
retiré rápido mientras con la otra mano atendía el móvil, que sonaba
impertinente en el bolsillo. Saltó el contestador.
-"Oye Javi, que al final me ha surgido algo, ya si
eso quedamos otro día, besos"
Me dejé caer en el sofá. Encendí la tele y saqué la
cartera de los vaqueros. Echadas a perder las entradas para Jack el destripador...
FELICIDADES A TODOS LOS ENAMORADOS!!