jueves, 20 de marzo de 2014

¿No ves que eres mía? Parte II

El general Arnord iba a tirarse en paracaídas desde lo alto de la montaña. Era un salto difícil, pero el equipo del general le esperaba debajo. Su todoterreno aceleraba, aparcado entre los libros de la estantería, a que aterrizase para salir corriendo de allí. Estaba listo, los chicos miraban desde abajo, se inclinó... ¡Y salió volando con su paracaídas!, ¡Oh no! parece que se ha enganchado... tendremos que salvarlo con el helicóptero... ninoninonino...
-¡Pedro! -se escuchó desde el salón- ¡Pedro hijo!
Dejé al general sobre su coche, aparté a los soldados con la zapatilla, y fui a ver que quería mamá, que me llamaba sin parar desde el salón.
-¿Qué pasa mamá?
-Voy a salir un momento a comprar. Vuelvo en un momento -dijo, y me besó la frente.
-¡Qué bien hueles mamá! -y desaparecí de nuevo en la habitación, donde el accidentado general me esperaba cubierto por su paracaídas.
Cuando la ambulancia estaba llegando para trasladar a general, se escuchó un fuerte golpe. Era la puerta. Papá había llegado. Dejé todo y salí para lavarme las manos, papá detesta que coma con las manos sucias.
Pero papá no dijo nada cuando salí al pasillo, y tampoco sonreía como cuando llega a casa. Estaba enfadado, se enfadaba otras veces con mamá y a mí siempre me daba miedo. Me escondí debajo de la mesa, gateé sin tocar el mantel y me senté en el suelo. No quería tirar nada, porque mamá había hecho una comida rica y todo estaba ya listo sobre la mesa.
Entonces papá le dio una bofetada a mamá. Se cayó al suelo porque fue muy fuerte. Yo quería gritar, pero no quería salir, no quería tirar las cosas. Seguía pegándola, y mamá lloraba fuerte, el ruido era insoportable, todo hacía ruido, muy alto, y su llanto me hacía daño en los oídos. Me tapé las orejas con las manos como ella me había enseñado, cada vez más fuerte, pero no conseguía dejar se escuchar... canté una canción. La canté primero en bajito, pero luego la canté alto, porque seguía escuchando el ruido que había, aunque me tapaba fuerte los oídos...
De repente, todo quedó en silencio. Destapé mis oídos poco a poco. Otras veces mamá seguía llorando y yo cantaba un poco más. Pero esta vez estaba todo cayado, no se escuchaba nada, solo papá, que abrazaba a mamá; tirados en el suelo...

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martes, 18 de marzo de 2014

¿No ves que eres mía?

Apenas había tenido tiempo de coger la chaqueta y descolgar las llaves del llavero que pendía tras la pared, cuando el picaporte giró. los cerrojos que custodiaban la entrada se corrieron de golpe y su acompasado chirrido restalló en la desnudez del pasillo.
Dejó de golpe las llaves en el tresillo y se apresuró. El eco metálico de su cuerpo golpeó  junto a unos céntimos amontonados en el cenicero. Se apresuró, tiró la chaqueta sobre el mueble del salón y dejó rápidamente el bolso sobre la mesa del comedor.
- Buenas tardes Antonio, ¿Qué tal en el trabajo?- preguntó tímidamente, arrastrando las palabras como en un susurro.
-Bien -respondió,  con un tono inquisitivo- ¿Qué hacías?
-¿Yo? eh... pues nada, ya sabes, cosas de la casa -balbuceó, como si tratase de ocultar la mentira más cruel del mundo.
-Ya... -sus pasos flanquearon su sombra, rodeó su cuerpo y acarició uno de los bucles que se descolgaban de su pelo. Posó firmemente la mano sobre la mejilla de Natalia y sujetó firmemente su rostro. Deslizó el pulgar de su mano hasta la comisura de sus labios y arrastró con inquina los restos del pintalabios, que tiñó la comisura de rojo- ¿Querías engañarme? -dijo, mientras se limpiaba el maquillaje en el bordado de su blusa- ¡Contesta! -gritó.
Natalia se derrumbó y emitió un quejido ahogado por un llanto que llevaba reprimiendo tiempo. Se desprendieron  de sus ojos huidizos unas lágrimas traicioneras con la bofetada que siguió a aquel "contesta" imperativo.
-Antonio por favor...
-¿Crees que puedes engañarme? -pero no paraba de descargar su furia contra ella, no cesaba mientras su hijo era fiel testigo, refugiado bajo la mesa- ¿A quién ibas a ver?, ¿A quién?... ¡contesta!
Y se precipitaron las fotos de sus marcos, los jarrones de sus asideros y la cera del horizonte de sus velas, se rompió la vajilla sobre la mesa, la bandeja y la comida sobre el suelo y su hijo se tapaba con fuerza los oídos, y se cayó la rosa entre los vasos y los barquillos del postre al suelo. Se echó a perder la comida romántica que Natalia había preparado, se destapó los oídos Pedro y cesó en su angustia Antonio. Ahora todo quedó extrañamente en silencio, y solo la voz de Antonio, sosteniendo entre sus brazos el cuerpo ,pareció decir de nuevo: ¿No ves que eres mía?

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