Nunca hubiera deseado deshojarte, ser cómplice del delito que supone alienarte de la frescura de la brisa; separar tu cuerpo, cercenar tus miembros, y dejar que vuelen entre el clamoroso canto del trigo mecido por el verano. Y luego, una vez hallada la respuesta; abandonada a tu suerte, desnuda en la pradera, para que las mil flores de tu cabellera anacarada reflejen los rayos de un sol, que con toda certeza, te verá morir.
Sin embargo... ¡entiéndeme! pues no sería yo quien te lo pidiera su no fuera un asunto de extrema necesidad. He mirado la inmensidad del cielo, buscado las palabras en las caprichosas nubes que se dibujan en el firmamento, escuchado el rumor de los pájaros... y nada parece contener la respuesta a la pregunta que desde hace tiempo me formulo.
Si bien no comprenderé nunca la sabiduría de tus labios floridos, ni el bucólico consuelo que tus palabras sordas producen, hoy necesito tu ayuda.
Así que te estrecharé entre mis brazos, te asiré junto a mi pecho y le preguntaré a la inmensidad de tu cuerpo una cosa... ¿Me quiere?