viernes, 20 de febrero de 2015

A veces te sueño

El  clic metálico del automático en la oscuridad; y el reluz amarillento mortecino en el techo. La estancia a oscuras. Siento que mis manos tienen vida mientras imaginan la noche que se les escapa entre los dedos.

Seis… quizás siete pasos me separan de tu cuerpo. El aire asciende evaporado, al tocarte. Se mezcla en mi respiración tu aroma. Un almizcle suave que tiñe la atmósfera a su paso. Extiendo mi mano, abro los dedos y busco en la sombra la correspondencia de tu pelo; nada. Vacío y frío, nada que acariciar.

Ahora se cuentan cinco los pasos entre nosotros. Camino lento. Esperando encontrar de repente la estatua de tu pecho. Ahora con ambos brazos asfixio una nada que fustiga mi cuerpo, deseo hallarte y hablarte de él, contarte los secretos de unos labios que ya se derraman entre tus hombros.

Ya noto la presión del vaho de mis manos acariciando tu cintura. Ya veo en la oscuridad más absoluta el destello ardiente de tus ojos verdes, ¿o son ámbar de fuego?, o se pierde mi imaginación en tus pupilas infinitas. Solo alcanzo a imaginar tus ropas desechas. Solo quiero verte.

Son tres pasos si titubeo. Pero siento anhelo del instante anterior, solo para intentar recordar un beso que aún no te he robado. Ya enciende tu piel el deseo de mis labios. Ya siento el motín de mi carne erizada, de mis dientes acariciarse esperando tu saliva.

Alargo de nuevo mis manos. Tu cuello. Que recuerdos me trae su tacto. Siento la lluvia de aquel día. Encuentro entre sus recovecos el aliento de ser feliz. Devoro con deseo cada centímetro de la piel que se desliza bajo la presión de mis dedos, te necesito.
No puedo esperar que el tiempo nos haga encontrarnos. Solo puedo abalanzarme. Apretar mi cadera contra ti. Sentir tus manos recorriendo mi espalda. Cerrar los ojos, morderme la boca, estremecerme con tu lengua dibujando mi oreja.

Ahora tan cerca, ahora así puedo reconocer la silueta de una sombra en la noche. La tímida transparencia de tu camisón escondiendo tu contorno. ¡Quítalo!
¡Arráncalo!, despoja tu cuerpo de cuanto lo cubre; por favor. Ahora su seda destrozada nos acaricia las piernas. Ahora puedo hundirme entre tus pechos. Continuar la frase que tu respiración no termina. Ahora puedo elevarte como una pluma. Puedo tomarte entre mis brazos, ¡anúdate a mi cintura!, déjate caer sobre las sábanas desangradas en pétalos de rosa. Piérdete entre la tela que evita el fuego de nuestros cuerpos. Envenénate de mis labios.

Ahora cae en la cuenta del error que supone esta noche. Porque una vez que deje caer la pluma, tendrás que continuar imaginándotelo tú sola…


Te quiero

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