"No me apetece escribir nada que no comience con tu cuerpo. No acierto a pensar otra cosa que no me recuerde a ti. Hoy solo puedo escribir que te amo..."
No sé si son los segundos que me quedan para verte, o es este veneno que recorre mi sangre inyectado por tus besos; pero te prometo que no acierto a pasar mas instantes sin tu cuerpo. Vendería mi alma por un un suspiro de tu boca en la mía, solo por una caricia... ¿tanto pido? Pero por más que me torture no puedo hacerte aparecer entre mis brazos, no puedo crear tu contorno en mi cama, ni las lineas suaves de tu falda escondidas en las tinieblas de mi cuarto. Pero... puedo escribirte.
Ya era de noche cuando el reloj del salón arañó las doce. La persiana entreabierta violaba la intimidad el cuarto, y unos cuchillos de luz atravesaban desde la calle la habitación. La madera del suelo crujía bajo mi peso y mi respiración agitada hacía eco en la sala yerma. El mobiliario justo llenaba una sala por lo demás vacía; una cama, un perchero y el tímido roce de nuestros cuerpos. Ahora ya no se oía latir mi pecho, solo el metálico gruñido de las esposas chocar contra el cabecero. Sé que suplicas tras el limbo de tus ojos verdes la liberación de tu cuerpo. Lo sé porque conozco esa mirada incluso escondida en la noche, aunque solo intuyo dónde están tus ojos, reconozco el anhelo de verte libre de tu cautiverio. Pero siento haber perdido la llave o no querer recordar su escondite. Hoy solo eres mía.
Ya te agitas entre la seda de unas sábanas de vidrio, transparentes a tu cuerpo níveo, que atrapan tus piernas como mi boca tus pechos. Que restringen tus gritos como mis dedos tus labios. Pero hoy no podrás gritar más alto que el murmullo de esas esposas entre tu pelo.
Hoy solo eres mía.
No tengas prisa, pues ya se pierde mi lengua tras la frontera de tu ombligo. Ya caliento tu piel helada con mi cuerpo, y te envuelvo en el vaho que brota ardiendo de mis pulmones.
Pero cada vez te mueves con más ganas, cada vez vences con más fuerza el yugo de mis manos sobre tu garganta, y mis acometidas no son capaces de frenar el deseo de tus ojos, que me instan a contagiarme del olor de tu pelo.
Pero no puedo retenerte, no soy capaz de silenciar tu pecho. Y entonces, tus dentes se hunden el la piel de mis dedos, y tu voz se alza al fin sobre mi desaliento. Solo entonces comprendo que tengo que hacerte mía, que necesito preservar el recuerdo de cada parte de ti impreso en mis pensamiento. Por eso debo recomponer mi cintura entre tus muslos, inclinarme sobre mis manos y apretar tu cuello. Solo ahora nos uniremos, solo en este momento te poseeré siempre. Solo cuando los gritos ahogados de tu garganta dolorida se extingan; entonces, podrás ser mía.
El eco de una sirena se filtraba junto a la luz desde el parking desangelado.
La puerta se abrió de repente. La luz cegadora del corredor invadió nuestro cuarto. Unas figuras interrumpieron nuestro momento. Y sin mediar palabra, dispararon sobre mi cuerpo.
Sus balas cercenaron la piel sudorosa de mi pecho. Y un hilo de mi sangre tiñó de rojo la pureza de tus senos.
Policía... ¿Se encuentra bien? -quise adivinar mientras me sentía dormido. Cansado de repente, mientras moría sabiendo que tú, habías muerto para siempre conmigo.
Te amo
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