Corría mientras la
gente me miraba raro. El reloj marcaba las 8:35 de la mañana. No sabía a dónde
ir. Me encontré frente a un bar. El luminoso de Mahou era el único canto de
sirena de la calle. “¡Todavía no me daré a eso!” Seguí corriendo, despreocupado
y a la vez asaltado por mis más profundos demonios. Casi choqué con un mendigo
que pedía recostado como “Long John Silver”, sobre su muleta de trípode de
madera. “¡Espero no verme en esas!” Seguí trotando, las 8:40… al final llegué
al portal que recibía mi casa. Entré, despeinado, con un huidizo chorro de
sudor por la frente. Las escaleras brillaban con la luz del sol que se filtraba
por la ventana de arriba. Me crucé con un hombre. Envuelto en traje de
pingüino, mocasines relucientes y sonrisa de atrezo.
-¿Conoce
usted a los inquilinos del segundo A? -me dijo gesticulando con las cejas.
-Huraños.
Sin duda gente rara. Poco se les ve –salí del paso para no admitir que era mi
casa.
-Si
les viera -me estudiaba con aquella mirada felina- dígales que en el buzón
tienen las órdenes de pago.
Bajó las escaleras y empujó las cartas dentro del buzón.
Yo subí. ¡Nos estaban buscando ya para pagar! Llegué a la puerta. Giré la
llave. Maite estaba detrás de la puerta. Con el rímel llorando por sus mejillas
y el rubor de éstas instalado en sus ojos.
-¡Han
venido a darnos el último aviso para pagar! -dijo esforzándose por no llorar.
-Ya…
me lo he encontrado abajo.
-¡Buitres!
¡Carroñeros sin vergüenzas! ¡Son hienas que se nutren de la desgracia ajena!
¡Canallas!
Maite lloraba desconsolada en mi hombro. “¿Te han dado ya
la nómina?”... “¿Por qué estás en casa tan pronto…?” Me senté en una de las
sillas que adornaban la mesa del comedor. Me acurruqué sobre mis propias
piernas. Miré a Maite con gesto desesperanzado. Ya lo había adivinado.
-¡No
me digas…! ¡No!... ¿Qué vamos ha hacer? ¿Lo has pensado? ¿Eres consciente?
-Ya…
-¿Ya?
¿Eso es todo? Increíble.
Se echaba las manos a la cabeza. Se tapaba los ojos con
la palma de las manos. Lloraba y a la vez destrozaría la casa, arrancaría hasta
la última lágrima de las que goteaban de sus ojos. Nunca le había gustado
llorar, “¡Débiles!” decía. Detestaba que la gente se derrumbara. Creo que ella
ya había vivido demasiadas reconstrucciones.
-No
llores, recuerda lo que tú siempre dices… eres una luchadora.
Semana
2
Andante
Esperaba sentado mi turno. Retorcía el pañuelo del
bolsillo de la americana intentado escurrir el sudor que me robaba de las
manos. Aquella estancia lúgubre. Los aspirantes hechos con molde: mocasines
oscuros, traje oscuro, gafas de pasta, oscuras, y corazón oscuro, también. Las
sillas de armazón de inquisidor me estaban destrozando las lumbares. Pensaba
sin parar en Maite y Carlitos. Luchaba a diario con aquella impotencia que
parecía decirme “¡Ríndete!”.
-Siguiente,
por favor.
Era mi turno. El joven que estaba dentro salió sonriendo,
se dio la mano con otro de los aspirantes. Según habían comentado estudiaron
juntos, en la universidad. Yo… a duras penas había acabado unos estudios
interrumpidos por la famélica situación de mi familia. Entré detrás del
entrevistador.
-¿Por
qué está usted interesado en este puesto?
-Pues…
-me temblaba la voz como a un tartamudo- yo he buscado otros empleos desde que
perdí hace dos semanas el mío y…
-¿Somos
su… segunda alternativa?
-¡No!
–en realidad ya eran mi quinta alternativa, mi plan casi “f”-estaba muy
interesado en el puesto de… -Ojeé rápido los carteles de la sala, encima de la
mesa un calendario: “Transportes Martínez”, ponía -transportista -no había
tenido tiempo ni de leer de qué iba el puesto -así que…
-Siento
decepcionarle… pero trabajamos vendiendo automóviles. Esta es solo la oficina.
¡Cuénteme!
Sentía
en el estómago lo que sin duda se podrían llamar mariposas, me sudaban las
manos tanto que tuve que esconderlas bajo la mesa. ¿Qué iba a contarle?
-Bueno
tengo experiencia. Trabajé más de diez años en…
-¡Ya
no está de moda la experiencia! Ahora buscamos otro perfil. ¿Tiene estudios
universitarios?
-No.
-¿Habla
inglés?
-No.
-Ya,
¿francés?
-No.
-¿Calcularía
de cabeza ciento cuarenta y siete por doce?
-No.
Pero
qué iba a hacer… ¿Vender un coche o ser embajador de la firma?
-
De acuerdo… ya le llamaremos.
Salí de la oficina. Había oído el “ya le
llamaremos” más que Larra el “vuelva usted mañana” y aún así no me desesperaba.
Seguía buscando algo. El entrevistador le guiñó el ojo al muchacho que había
entrado delante. ¡Enhorabuena! Pensé en decirle. ¡Eres ingeniero pero venderás
coches! Se habían convertido las empresas en un chiringuito y hacían su agosto
a costa de la desesperación de la gente.
Rebusqué en la chaqueta un bocadillo de
chóped envuelto en un trozo de albal. Maite me lo había metido por la noche. Me
había levantado a las seis de la mañana para ir de entrevistas y llegaría,
probablemente, pasadas las doce. Y todos los días con la misma pregunta. “¿Qué
tal?” y como respuesta: Cabeza gacha, gesto serio, párpados entrecerrados y un
¡Mañana irá mejor!
Terminé de mordisquear el mendrugo
endurecido. Metí otra vez la mano en la chaqueta. Tenía la dirección de la última
entrevista del día. Era en una planta de procesado de alimentos. Caminé más de
doce quilómetros, no me podía permitir un taxi, ni un autobús, a duras penas el
subsidio por desempleo llegaba para la hipoteca. Caminábamos al filo de la
navaja.
Llegué. La puerta estaba entreabierta.
Fuera, sin aspirantes. Dentro dos hombres charlaban animadamente disfrutando un
puro.
-Vengo
por la entrevista.
-Ya…-le
hizo un gesto con la cabeza al hombre que fumaba, éste lo entendió y se marchó
a esperar fuera -verá… el que acaba de salir… es mi hijo. Ha perdido su
trabajo. Era contable ¿Sabe?
-Ya…
la familia lo primero…
-Lo
siento.
-Seguro
que encuentra algo. ¡Siga buscando! Lo siento, otra vez.
Salí del despacho con la misma respuesta recurrente. La
calle estaba nuevamente abarrotada. Me recordaba a las mañanas en que yo salía
del portal, caminaba canturreando y llegaba a la franquicia. Era hora de volver
a casa. Esta situación estaba asesinando silenciosamente nuestra vida en
pareja. Maite cada día estaba más preocupada, Carlitos nos oía discutir
constantemente y… a mí… se me partía el corazón por no poder cuidar de lo más
bonito que me había ocurrido.
Llamé a la puerta. Maite me abrió. Su sonrisa pronto se
tornó en llanto. La puerta del salón se entreabrió. Yo sabía que Carlitos
intentaba seguir el hilo de aquel drama.
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