jueves, 28 de noviembre de 2013

Nunca tuve tantas ganas de besarte

Ya tan solo nos iluminaba el parpadeo intermitente del fluorescente del andén. El día se había consumido tan rápido, que apenas recordaba cuando había empezado. La estación aguardaba extrañamente desierta y mis mejillas se ruborizaban bajo la caricia del viento helado. 
De repente, una ráfaga de viento atravesó nuestros cuerpos. El billete salió volando y yo corrí para alcanzarlo, antes de que echara el vuelo. Lo guarde con celo en el bolsillo. Apenas sentía los dedos, que resguardados en el fondo del abrigo, dudaban si retirar de mis labios el pelo. Finalmente, él se inclinó un momento e interponiendo el vaho de su respiración entre nuestros cuerpos, acarició mis labios, retiró mi pelo, y calentó con sus manos mi cuello.
La noche arrastró el susurro de un chirrido. Una luz crecía desde lo lejos, y un eco metálico; anunció el tren.
Me costaba distinguir el final de sus manos rodeándome, acariciando la comisura de un beso que ensayaba tristemente entre sus dedos. Ya no recordaba el sabor de sus labios, el sonido de sus te quieros, ya se me hacía extraña la calidez de su pecho. ¿Era lo que quería?, ¿ésto es lo que había olvidado?... ¿lo era?, ¿cómo podía haberlo olvidado?
Las puertas se cerraron y tan solo salió un pitido de dentro. El tren se marchó y yo corrí unos instantes tras la ventana y las luces y la cabina donde iba Pedro. Solo quería decirle que nunca había tenido tantas ganas de darle un beso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario