Había pasado la noche en vela meditando aquellas palabras, tratando de
buscar la forma de engañarme a mí mismo, de conseguir que sonara menos...
nefasto.
Ahora, el murmullo acalorado del hemiciclo corta la respiración y
censura mis últimos intentos de improvisar la comparecencia.
Las luces del techo se antojan cegadoras, reflejadas en el atril de
caoba. Todavía sigo sentado en el butacón azul del pasillo. Me pregunto si mi
discurso arrancará los más sinceros aplausos o sumirá la sala en un estrepitoso
abucheo.
Creo que me han llamado en varias ocasiones antes de que el ministro
de mi derecha me saque del trance con un codazo nervioso.
Me levanto y bajo despacio los pocos escalones enmoquetados que me
separan del centro. El micrófono está
abierto, y mi respiración agitada retumba en los altavoces.
De repente, todo queda en silencio. Despego los labios y luego,
aguardo un instante. ¿Existirá esta palabra?
Suspiro, y luego, entono en voz
alta –Nos encontramos en una etapa de
desaceleración económica…
Historia participante en el concurso del blog "Esta noche te cuento"
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