viernes, 4 de octubre de 2013

Cuenta atrás (desenlace)

Ignoraban que llegarían y prácticamente no tendrían dónde vivir. Abrí otra de las cartas. Era el seguro de vida. Acaricié la idea del suicidio. Corrí al baño. Me paré al llegar a la puerta. Dudé. Me volví a sentar. La idea del seguro me asediaba desde hacía meses. ¡Es la única salida! Abrí el armario de las medicinas, rebusqué, saqué unas cuantas, las vertí en la pila del baño. Nunca lo había pensado en serio. “¡No puedo hacerlo!” Agua en un vaso. “¡Antes una carta!” Escribí: Perdonadme. Piensa en el amor que os tengo. Espero que algún día sepáis entenderlo. Os quiero. La firmé. No creía lo que mi cuerpo hacía. “¡Será lo mejor!” Me consolaba la conciencia.
            Pastillas rojas, alargadas, todas juntas. Las hice pasar con agua. Pronto me sentí mareado y me desplomé. No había vuelta atrás.


-¡Papá, papi! ¡Estamos en casa! ¿No está papi?
-Mira en su habitación…
-¿Papi?
-¡Mamá, mamá! ¡Le pasa algo a papá!
Se oían gritos. La agitación turbaba la escena.
-¡Cariño! ¡Carlos, hijo! -lloraba amargamente, se atragantaba con sus propias lágrimas -¡Trae el teléfono! –no podía parar de sollozar, tendida…al lado del cadáver de su marido, desfallecido, rodeado de pastillas -¿Emergencias?
-Sí… ¿Qué ocurre?
-¿Señora? ¿Nos puede indicar cuál es el problema?
-Mi… mi marido. Creo… ¡Se ha suicidado!

            Carlos zarandeaba el cuerpo inmóvil de su padre. Un hilo de espuma blanca rezumaba por sus labios. El niño se lo limpió con la manga de la camisa y se abrazó a su lado mientras, colgada al teléfono, su madre no era capaz de controlar aquellas lágrimas traicioneras de rabia.


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