miércoles, 30 de octubre de 2013

Nightmare

La ventana emitía un quejido agónico, mecida por el vaivén estremecedor de la noche. Las cortinas volaban y dibujaban la efigie de mil sombras en las paredes. Abrí los ojos un instante, y traté de averiguar que se escondía entre la oscuridad, pero apenas era capaz de retirar el filo del edredón. Entorné los ojos un instante, y luego, los abrí de golpe. Estaba incorporada. Retiré la ropa de mi cuerpo, y puse un pie en el firme helado de la habitación.
La madera crujió con fuerza y las luces que hasta ahora bailaban, se detuvieron un instante. 
Empujé el marco de la ventana, venciendo el frío que trataba de huir de la noche, y la ventana se cerró. Ahora solo se escuchaba el eco de mi respiración agitada.
Se habían desdibujado las lineas de la cama, sumidas como yo, en la más sincera oscuridad. Caminé despacio, tanteando cada paso. Un giro a la izquierda, ahora dos pasos más y entonces, perdí el equilibrio, tropecé con las patas curvas de la mecedora, y caí al suelo. De repente, me sentí tremendamente indefensa, acurrucada sobre la gélida madera del piso. Quise levantarme y apoyé una mano en el extremo del edredón bordado. Me dolía el tobillo, hice un esfuerzo, y me agarré al respaldo de la mecedora. Algo extraño, sin embargo, pasaba. No notaba el tacto áspero de la madera en mis dedos, si no la cálida sensación de una caricia en ellos. Retiré la mano de inmediato y corrí, cayendo de nuevo, ahora brutalmente contra el suelo. La mecedora se tambaleó y se precipitó como yo. Gateé, deslizándome sobre la alfombra junto al espejo. 
Las sombras se movían ahora más veloces, seguían mi torpe huida  y me increpaban desde el cobijo de la nada que nos envolvía. Ahora sí logré correr cojeando hasta la puerta. Apenas conseguía encontrar el cerrojo, tanteando el pomo, mientras miraba de reojo la misteriosa cara que me perseguía. La puerta se abrió, yo corrí, busqué sin éxito la luz del cuarto, tenía que llegar al teléfono, apenas unos rayos acertaban a iluminar el pasillo y él asediaba mis pasos y trataba de descifrar su rostro y cuando ya huía de mí misma; olvidé las escaleras.
Durante un instante, perdí el contacto con el suelo, y luego, tras golpear mi nuca contra el  escalón, rodé unos metros, y me quedé inmóvil junto al teléfono. Un hilo de sangre tiñó la moqueta, y ahora, acallado el eco de mi respiración entrecortada, todo quedó en silencio.
Arriba, las ventanas se abrieron de nuevo y el camisón de seda que había acariciado mis dedos, se precipitó al suelo.

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