-Han
vuelto a venir. ¡Ya no sé qué decir! Mi madre… no puede ayudarnos más. Los
vecinos… ¡hablan!
Para
Maite las formas eran, junto a la hipoteca, las dos preocupaciones
existenciales de su vida.
-Puedo
pedir ayuda a Juan. Y sabes que trabajamos juntos mucho tiempo. Montó un taller
de coches. Quizás pueda llevarle la contabilidad o algo. Y… bueno, siempre
podríamos irnos a vivir con mis padres. La casa es grande y…
-¡No!
Yo no me muevo de mi casa –se derrumbaba con cada palabra que intentaba gritar.
Nos fuimos a la cama. Yo pronto, para levantarme al día
siguiente otra vez temprano. Acosté a Carlitos. “¿Por qué habláis tan alto
papi?” “Bueno”… le decía. “Te cuento un secreto, pero a nadie más”. “¡Vale!” “¡Es
que mamá se está quedando sorda de un oído y no oye a papá!” Desde aquella
noche Carlitos, solidario, con la falsa sordera de su madre, le gritaba con
toda la fuerza de sus pulmones cada vez que quería algo.
Mes
3
Allegro
-Pero
Juan, ya sabes que lo estamos pasando mal. Los padres nos hacen la compra, ¡no
puedo pagar la casa! Necesito ese favor.
-Yo
tengo el mismo problema. Cada día tengo menos clientes, y los que tengo no le
cambian al coche ni el ambientador de pino.
-Entiendo…
-Lo
siento. No puedo ayudarte.
Poco menos que me cerró la puerta en la cara. Me sentía
como el peón de aquella partida tan funesta. Salí otra vez a la calle. Por el
tiempo que pasaba en ella bien me podía haber dedicado a hacerla.
Ahora a casa de mis padres. Me había distanciado de ellos
un poco después de casarme con Maite. Su impronta protectora me había marcado y
ya con veinticuatro años decidí, para disgusto de ellos, sobretodo de mi madre,
marcharme de casa. De hecho, haciendo cuentas mientras caminaba, eran… ¡Tres años
sin saber de ellos!
Llegué a la puerta principal. Llamé. Tardó en abrirse. Un
hombre mayor, de pelo canoso, grandes gafas, cejas pobladas y barba de tres días me abrió la puerta. Se sorprendió. “¿Qué
haces aquí?” “¿Puedo pasar?” Se apartó y me dejó el camino libre. La casa
estaba conservada en formol. Llegué al salón. Una mujer encorvada, con las
piernas estiradas cubiertas por una manta, y los tobillos hinchados, descansaba
en el sofá. “¿Es mamá?” “¡Cuesta reconocerla después de tres años…!” “¿Eh?”.
-¿Hijo?-
Brotó un débil hilo de voz que casi no pude asociar a la dulce voz de mi madre.
-Sí
madre. ¿Está enferma? –Pregunté a mi padre.
-No
le funciona bien la memoria -dijo en voz baja- ¿Y tú? ¿Qué tripa se te ha roto?
-¿Qué?
–me asaltó con una respuesta que yo no esperaba- Es grave… ¿Solo puedo venir
para eso?
-Dime
tú…
No podía creerlo ¡Aquella mujer doblada sobre su propia
espalda era mi madre! Y yo peleado por una absurda riña de intereses.
-¿Qué
quieres?
-Pues…
me he quedado sin trabajo. Tengo una situación complicada. No encuentro trabajo,
mis amigos se cubren sus propias espaldas, mi mujer me… presiona.
-Llevamos
tres años sin ver a nuestro nieto -decía con rencor y con su voz potente- sin saber de ti. Tu madre
enferma, yo mayor. ¿Y me pides dinero? ¡Desvergonzado! ¡Sal por donde has
venido! ¡Fuera… fuera de mi casa!
Una lágrima recorría su mejilla.
Volví a casa. El buzón estaba asediado de cartas del
banco. Las recogí todas y las reciclé en la papelera. Subí. La misma acogida
desesperanzada de todos los días.
Año 4
Presto
Ya había dejado de tener sentido levantarse por las
mañanas a buscar trabajo. Se debía de esconder cuando yo salía. Ella había
encontrado, afortunadamente, un trabajo limpiando portales y escaleras de otros
edificios. Nunca del suyo. ¡Las formas, las formas ante todo! Con eso no nos
daba ni para la luz pero al menos era una ayuda. La vida activa le hacía pensar
menos en el dinero y se había relajado la situación. Pero sin embargo, para mí,
el día se pasaba vegetando en el sofá. Mantenía la casa limpia, las
habitaciones hechas y me ocupaba de Carlitos. Supongo que había fracasado como
persona.
Me decidí a levantarme. Con las zapatillas de andar por
casa bajé al portal, recogí las cartas del buzón. Me esperaba lo peor. Maite no
lo sabía pero el paro se me acababa ya. Una de las cartas era del Ministerio de
Trabajo. Me comunicaban justo lo que temía. Un hombre subió las escaleras. Eran
de los trajeados que normalmente frecuentaban nuestro buzón casi a diario. Yo
me hice el loco. Bajó al momento. Saludó con la cabeza. Subí. Había una carta
colgada con una chincheta de la puerta.“Orden
de desahucio, se ejecutará en tres días laborables”.
¿Qué?
¡Nos van a quitar nuestra casa! Arranqué el papel de la puerta. La abrí y la
cerré de un portazo. Todo cuanto habíamos construido se derrumbaba a nuestro
alrededor. Supongo que cuando firmas una hipoteca nunca piensas que al final no
tendrás casa… ¡Eso no me pasará a mí! Y ahora todo es humo. El teléfono sonó.
-¿Sí?
-Soy
Maite… ¿Ha habido suerte hoy?
-Nunca
la hay… ¿Por qué iba a ser diferente hoy?
-Sé
positivo. Oye, tengo que ir a recoger a Carlitos, me pilla de paso. Luego vamos
directamente a casa. Ten la comida hecha. Hasta luego. Un beso.
-Adiós.
Colgué.
DALE A "ME GUSTA" EN MI PERFIL DE FACEBOOK (Alvaro Varela Plaza) Y CUELGO EL FINAL!!!
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